lunes, 30 de abril de 2012

Puede que no vuele. Puede que no tenga alas. Pero tampoco estoy muy lejos de conseguirlo.

Hay dos tipos de días. Esos en los que te levantas con ganas de comerte el mundo y, como casi siempre, te acabas comiendo el suelo; y luego están esos días en los que te levantas con ganas de tan solo comerte el desayuno sin saber que ese día estarás un poquito más cerca de comerte realmente el mundo. Y hoy se podría decir que ha sido uno de esos días. Puede que algo haya salido mal, pero son pequeños detalles sin importancia. Puede que algo no haya salido como esperabas, pero puede que a la larga te sirve de soporte para saber lo que tendrás que evitar la próxima vez. Puede que no hayas tocado el cielo, pero has sentido las nubes casi rozar las yemas de tus dedos. Y es esa sensación. Justo esa. La que te hace seguir. La que hace que te des cuenta de que cada día vale la pena. De que cada día, con un poco de esfuerzo, puedas estar más cerca de la meta. De esa meta. De ese cielo. Porque puede que no tengas alas, pero nadie ha dicho que no puedas volar sin ellas. Vale, puede que no vueles, pero puedes saltar. Saltar muy alto, tanto que no se distinga de la sensación, tanto que no se distinga si estás volando o es un simple impulso hacia el suelo. Tan solo salta. Corre. Disfruta. Continua. No te rindas. Lucha. Vuela.


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